Enrique Margery Bertoglia
Mientras toma a toda prisa su desayuno, un estudiante lucha por terminar su gigantesca tarea en la mesa de la cocina. Su padre, a punto de criticar los embrutecedores métodos del sistema escolar, descubre que el tema de la tarea fue entregada hace dos semanas y que su hijo comenzó a hacerla apenas ayer. Entonces decide regañar al joven, por dejar todo “para última hora”, pero no puede hacerlo porque debe correr al trabajo (a improvisar la presentación que debía haber preparado hace días).
Padre e hijo salen apresuradamente de la casa y encuentran a la madre en la entrada. Frente a la casa están apostados trabajadores de la compañía eléctrica decididos a cortar la corriente a todos los morosos del barrio. La madre negocia con el jefe de la cuadrilla: ¡media hora es todo lo que necesita para ir a pagar la luz y evitar el corte!
La palabra ‘procrastinación’ está formada del latín ‘procrastinare’, cuyos elementos son ‘pro-’ (adelante) y ‘crastinus’ (relacionado con el mañana). Procrastinación significa “dejar las cosas para mañana, postergar actividades obligatorias en favor de otras más agradables”.
La larga lista de factores que nos empujan al aplazamiento incluye tareas difíciles (que sepultamos debajo de otras más fáciles), situaciones que creemos que sobrepasan nuestras capacidades (aplazamos por temor al error, al fracaso y a quedar en evidencia frente a otros) y retos que demandan mucho tiempo. La lista completa se puede encontrar en Wikipedia , un sitio de Internet que permite, al buen procrastinador, saltar entre temas interesantísimos y durante horas.
En casos más graves, la procrastinación se alimenta de sentimientos de hostilidad (demoramos la tarea asignada por un profesor que no queremos), baja tolerancia a la frustración (aplazamos como escape de una situación potencialmente frustrante) y perfeccionismo extremo (que promueve una autoexigencia nefasta: “O lo hago perfecto o, mejor, ¡no lo hago!”).
Zygmunt Bauman, autor de los libros Modernidad líquida y Vidas desperdiciadas , es el gran referente con relación al asunto del aplazamiento crónico. Su tratamiento del tema es excelente, aunque escueto, probablemente debido a la tendencia del autor a distraerse en otro montón de temas.
Procrastinadores anónimos. En un mundo que nos satura de estímulos y distractores, mientras nos insiste en el “valor del tiempo” y de la eficiencia, no es raro que la procrastinación sea tan común y, a la vez, tan satanizada. Por esto, la organización Procrastinadores Anónimos opera (clandestinamente) en todo el planeta (con excepción de algunas regiones de la Polinesia, donde no tiene sentido).
No está claro si Napoleón y Descartes fueron genuinos procrastinadores o sólo individuos interesados en el asunto. Lo cierto es que ambos personajes son citados con frecuencia en los encuentros de Procrastinadores Anónimos . Allí se discute la “estrategia cartesiana” (que deriva de la segunda regla de su famoso método): dividir la tarea que evitamos en pequeñas partes y hacer una a la vez (luego de iniciar un trabajo, es más sencillo abordar el resto). Asimismo, se cita la “estrategia napoleónica”, que consiste en hacer compromisos públicos para que la presión social sirva de acicate para acometer la tarea (“Dije a todos que invadiría Rusia para el viernes, así que ¡debo hacerlo!”).
La psicología del siglo XX también hizo su aporte para combatir la procrastinación. Algunas de sus recomendaciones incluyen trabajar con personas que nos contagien de su entusiasmo, manejar estándares modestos y realistas (para así evitar la parálisis del perfeccionismo y la sobreexigencia) y asumir “aquí y ahora” la tarea complicada y sentirse orgulloso de terminarla (algo que los entendidos llaman “reforzamiento positivo”).
Los últimos avances en el tema se han dado en la Universidad de Stanford (Estados Unidos), donde el profesor John Perry sugiere emplear la procrastinación para combatir la procrastinación. Su propuesta es que, al hacer una cosa para evitar otra, el aplazador crónico en realidad siempre está haciendo mucho. Luego, el método demanda tener siempre las “manos llenas” de asuntos: trabajar algo por cinco minutos y luego saltar a otro tema. El resultado es que haremos una cantidad impresionante de cosas, inclusive mucho de aquello que evitábamos en un inicio.
Al filo del plazo. No todos los adictos a la posposición lamentan su suerte. Algunos sostienen que, dadas su popularidad y su prevalencia a lo largo de la historia, las conductas procrastinantes confieren a sus practicantes una ventaja selectiva y su existencia tiene, por tanto, una base evolutiva. Los genuinos procrastinadores alegan que su condición les confiere al menos las cinco ventajas siguientes.
El valor de la presión . Podemos comenzar hoy el trabajo que debemos entregar dentro de una semana, pero la presión de la tarea será tan débil que no impulsará ningún progreso significativo. Empero, la situación será otra dentro de seis días, cuando la urgencia agudice nuestros sentidos, creatividad e imaginación.
La preparación interior . Al aplazarla, evadimos la tarea, pero la reflexión sobre el asunto inunda de modo imperceptible nuestra psiquis. Cuanto más tratamos de objetivamente evitar la faena, más inadvertidamente acabamos pensando en ella. Así, cuando la presión se vuelve insostenible, toda esta preparación inconsciente permite hacer el trabajo con un mínimo esfuerzo.
Las falsas urgencias. Si demoramos algo lo suficiente, a la larga no hará falta hacerlo (si no nos metemos con los problemas, muchos de ellos se resuelven solos o son resueltos por otros).
Los plazos líquidos. Con suficientes personas haciendo la cola en el último minuto, no es extraño que ministerios, escuelas, agencias y municipalidades amplíen los plazos. Este es un momento feliz para todo procrastinador: la vida le regala un aplazamiento y puede aprovecharlo al máximo (haciendo alguna otra cosa).
La vida es sueño. El buen procrastinante gusta de “soñar despierto”. Para nadie es un secreto que muchos de los grandes descubrimientos se han dado por accidente: en el momento menos esperado, un individuo, sumido en su ensoñación (léase “atención pasiva”), ha tropezado con un descubrimiento.
Así, por ejemplo, se cita a Albert Einstein, quien apuntaba que “la imaginación es más importante que el conocimiento”; él pudo afinar su teoría de la relatividad gracias a las noches en las que se dedicaba a fantasear.
Así las cosas, parece haber dos tipos de procrastinadores: por un lado están los “frenéticos”, sujetos convencidos de que vivir al filo del plazo no solo es delicioso, sino, además, tremendamente productivo.
Por otra parte, tenemos a los procrastinadores “contemplativos”. Estos siempre recuerdan la historia de la manzana que (supuestamente) cayó sobre la cabeza de Isaac Newton y dio pie a la noción de la gravitación.
Eso sí, los defensores del aplazamiento crónico gustan de subrayar el hecho de que el incidente se produjo mientras el genio inglés, tras una abundante cena, tomaba el té en el jardín y ¡estaba a punto de quedarse dormido!
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Fresco La prudencia y la justicia con seis sabios antiguos , de Pietro Vannucci (1450-1523), el Perugino . El primero de la izquierda es el militar romano Quinto Fabio Máximo (275 - 203 a. C.), llamado Cunctator (el que retrasa) porque evadía dar batalla campal al cartaginés Aníbal. Fabio es el símbolo de las actitudes dilatorias. Art Renewal Center
Tomado de Áncora, La Nación (Costa Rica) Domingo 9 de noviembre de 2008
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