El rincón de una biblioteca. Hijo de un bibliotecario de la ciudad sajona de Zwickau (Alemania), Schumann pasó su infancia inmerso en un mundo libresco donde las novelas de Walter Scott y la abundantísima poesía alemana de la época constituyeron sus nutrientes espirituales básicos. Se ejercitaba escribiendo versos según el modelo de Hölderlin, y hasta bien entrada su juventud tuvo la convicción de que sería recordado como poeta más que como músico. Considerando su inmensa estatura de compositor, esta creencia nos hace sonreír.
De todos los maestros de la historia de la música, Schumann es el que tuvo una cultura literaria más sólida, y eso trasluce de manera palpable en su obra. Así, sentado en el rincón de la biblioteca de su padre, iba cobrando cuerpo su genio y fecundándose su imaginación.
El suicidio de su hermana vino a quebrar este mundo contemplativo. Desde entonces, la terrible opción del suicidio se convertiría para él en una obsesión inescapable. Schumann evitaba los pisos altos, los fármacos de todo tipo y los objetos cortantes, víctima de una fijación que terminaría por vencerlo muchos años después. Sus crisis depresivas se sucedían periódicamente y alternaban con momentos de expansiva euforia.
Consciente de la fractura de su psique, Schumann crea dos personajes apócrifos, especies de alter ego : Florestán y Eusebio. El primero era apasionado, exuberante, y rebosaba salud. El segundo representaba lo nocturno y una melancolía lindante con la morbidez. En términos modernos, Schumann podría ser descrito como un “ciclador rápido”, esto es, un hombre que pendulaba entre la euforia y la depresión sin transición alguna.
25 de enero de 2009
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